16 mayo 2013

Agraciados por San Idad




 
 
En el salón de actos, reconvertido en uno de sorteos, los pacientes participantes aguardaban angustiados a que diera comienzo el evento. El presidente y el resto de miembros de la mesa revisaron, una a una, las cuarenta bolas que, dispuestas a razón de diez, acababan de ser introducidas en cada uno de los cuatro bombos. Se rogó silencio por megafonía y la maquinaria comenzó a girar. 
La suerte estaba echada y la expectación era máxima.
–El nueve… nueve. 
El seis… seis.
–El cero… cero.
–El seis... seis.
–Nueve mil seiscientos seis...
–Lo tengo, lo tengo… Lo tengo… ¡Dios mío! –exclamaba un hombre, mientras abrazaba a una señora en avanzadísimo estado de gestación– ¡Por fin, cariño! ¡Por fin, tenemos día y hora para tu cesárea!


 Este microcuento es mi aportación a la segunda jornada de la convocatoria "La primavera de microrrelatos indignados 2013".

10 mayo 2013

Butterfly




Llego tarde. Hoy cubro el estreno de Puccini en el Real. Van a cerrar las puertas. “¡Por favor, espere!” Una acomodadora me acompaña hasta mi butaca. Buena fila y bien centrada. ¡Qué silencio! A mi izquierda, una localidad libre y, a mi derecha, un caballero. Huele a jazmines. Me da las buenas noches con una deliciosa voz. Me disculpo por haber sido la última en sentarme. Es mi primera ópera, le digo, a lo que me responde que no será la última y que la disfrute. Comienzan los primeros sonidos de la orquesta. Acerca sus labios a mi oído y, en voz muy baja, casi en un murmullo, me pide que cierre los ojos y que deje a mis sentidos empaparse de la música. ¡Qué buenas palabras para comenzar mi crónica! Le agradezco su gentileza.

Finaliza el primer acto, en el que me he sentido una joven esposa en su noche de bodas. Estoy emocionada y comparto mis impresiones con un desconocido compañero de butaca. “No ha sido más que el comienzo –prosigue-. Ahora, consiente que la música te envuelva; déjate besar por las notas; permite que el calor y el amor te abracen; abandónate a los sonidos y siéntete acariciada por cada instrumento. Estás sola y desnuda, a punto de ser poseída”. Fin del segundo acto. Noto que voy a mil, con la piel completamente erizada, tras el último coro. Miro a mi derecha buscando nuevos estímulos para sumergirme en el tercer acto y, una vez más, de su boca, las palabras vuelven a susurrarme. Cierro los ojos y le escucho: “Déjate llevar por lo que percibes y consiente que las emociones te penetren; disfruta; encuentra el alma de Butterfly, comparte su deseo, su amor, su dolor, su coraje…”


Cuando llega el final me encuentro con los ojos, aún cerrados, inundados de lágrimas arrancando en una explosión de aplausos. Ahora, con la luz encendida, miro a mi improvisado maestro. Es un adonis. Lástima que deba tener el texto terminado en menos de dos horas para enviarlo a la redacción. Nos despedimos. Salgo deprisa, intentando que no se diluya ninguna de las sensaciones que impregnan cada poro de mi piel. Al alcanzar la puerta, me giro para dedicarle un adiós rápido, y entonces le veo desplegando su bastón blanco. Vuelvo sobre mis pasos; me acerco y le ofrezco mi mano. Mira que soy tonta, si estoy temblando. La acepta con una sonrisa que le ha iluminado el rostro y con la que me ha terminado de cautivar. ¿El reportaje? ¿Quién puede pensar ahora en eso? Tengo los sentidos repletos de olores, sensaciones, música, calor, excitación e intuyo, por el modo en que me acaricia, que él también. 

 

01 mayo 2013

Decadencia





Había acudido a su cita en el Café Literario con tiempo suficiente para no hacerle esperar. Le gustaba ese lugar, repleto de fotos de grandes autores, por su atmósfera  cargada de nostalgia. Sentada frente a una taza de café solo, aún humeante, aguardaba impaciente mientras liaba un cigarrillo. Sus torpes y nerviosos dedos no atinaban a colocar la boquilla en el lugar adecuado. Unas vueltas hacia delante y otras hacia atrás, hasta que el tabaco estuvo perfectamente colocado en el papel. Después, una pasada con la lengua y la picadura estaba lista para ser quemada. Sacó un zippo de su bolso Gucci y prendió el cigarro con ansia. Tras el humo de la primera bocanada atisbó su figura elegante y varonil.


–Tenemos que hablar. Ha pasado mucho tiempo. ¡Por favor, toma asiento!
–Creo que ya te lo dejé todo bien claro la última vez que me citaste… La amo y eso no lo vas a poder cambiar. Es más fuerte que tus propios deseos.
–Pero, yo soy tu creadora… Eras nada…Te inventé, y sin mí no hubieras tenido ninguna oportunidad de existir. Te dibujé los ojos y el pelo y te concedí ese porte distinguido; te di una vida y cientos de aventuras en mis novelas… Siempre te saqué airoso de cualquier peligro. Puse por entero mi alma en crear tu personaje y renuncié a mi vida, al amor… a todo por ti.
–Estás trastornada y dejaste de ser mi dueña hace ya mucho tiempo… ¿Has reparado en ti y en lo que te has convertido?
–Era hermosa, ¿lo recuerdas? ¡Dime si lo recuerdas! No puedes hablarme como lo haces porque tú eres ficción; tan sólo un personaje que inventé y que me pertenece… ¿Cuándo me equivoqué?.. ¿Dónde te perdí?
–Cuando te derramaste en ti misma y dejaste de escucharme…
El ruido de la taza cayendo al suelo hizo acudir a una camarera.
–Todos los días igual, querida señora, cada poco la misma escena. Venga, tranquila, es tarde, y ya es hora de ir a casa.
La anciana bajó la mirada avergonzada; cerró los ojos; tomó de la mesa su raído bolso  y avanzó cabizbaja arrastrando los pies entre las mesas del viejo Café, en dirección a la puerta. Una mujer joven, que había estado observando el incidente, se dirigió a ella con un libro en la mano creyendo reconocerla.
–Disculpe, señora, ¿no es usted..?
–No, no. No se engañe joven; no imagine ni se disculpe. No soy quien cree que soy ni quien, probablemente, fui algún día.

En la calle, desierta y oscura,  le esperaba su viejo, frío y fiel carro de supermercado.



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