28 noviembre 2013

No son formas




Tras el sonido de la sirena, los alumnos del exclusivo internado “Whatson” entran en sus aulas, con orden y disciplina. Uniformados, perfecta y pulcramente, toman asiento, en sus respectivos pupitres, y comienzan las clases. En el mudo pasillo, unos pasos atropellados rompen el silencio. Se oye el crujir de una puerta al abrirse y en el aula irrumpe Jonas Bourmeouth ensangrentado.


–He conseguido zafarme de mis secuestradores... –comenta exaltado el joven.

–Sr. Bourmeouth, acaba de interrumpir la clase de álgebra y conoce usted los estrictos que somos en el colegio con estas faltas de orden –responde el maestro.

–Pero señor Feelmayer, ¿ha escuchado usted lo que acabo de decirle..? Estaba secuestrado… Me han cortado un dedo para exigir un rescate y he conseguido huir de mis torturadores…

–Entiendo su excitación, pero ¿se da cuenta usted de cómo está poniendo todo de sangre? No es razón suficiente para interrumpir mi clase, máxime cuando sabe, de buena tinta, lo estrictas que son las normas del internado que, salvo causa justificada, ningún alumno puede entrar al aula una vez cerrada la puerta…

–Esto es de locos. Le digo que he estado a punto de morir. Me estoy desangrando… Mis padres no tienen noticias mías desde hace…

–¡Basta de excusas, Bourmeouth! Está usted faltándome al respeto a mí y a todos sus compañeros, amén de que no trae el uniforme completo… No son formas. ¡Salga inmediatamente de la clase! ¡Expulsado!

El joven sale del aula y comienza a correr por el largo corredor hacia el despacho del director. No da crédito a lo que acaba de ocurrir. Dolorido, amputado, y sangrando cada vez más, entra en el despacho del Sr. Whatson. Un grito de alivio sale de su atormentada garganta al comprobar que sus padres se encuentran ahí. A punto está de desplomarse...

–Papá, mamá… He conseguido huir de mis secuestradores…Me duele…


Los tres se ponen de pie y, al unísono, contestan: “Esto no es propio de ti; no son formas, querido. No son formas”.


 

13 noviembre 2013

Azulturquesa




 Un cuento; el primero (vamos, el único) que tengo en papel.

El título Azulturquesa, así todo junto, aunque en el libro aparece separado. Se ve que lo corrigieron pensando que se trataba de un error...
  Aquí, la relación de participantes que compartiremos libro  y, a continuación, el relato:

Azulturquesa


Amaneció temprano. Un rayo de sol se filtró entre las hojas de arecácea produciéndole un guiño molesto en los ojos. Bostezó y se desperezó desplegando sus brazos cuán largos eran con la majestad y el porte de una deidad. La mar estaba mansa, como una corderilla recién parida; nada que ver con la bravura que dominó la costa en los días previos. Dispuso aprovechar la mañana para darse un placentero baño. El ejercicio es bueno para desentumecer los huesos –se dijo–, por lo que decidió realizar unas decena de brazadas en la maravillosa y azulturquesa cala antes de almorzar.

Demasiados años había pasado sujeto a férreas disciplinas laborales por lo que este descanso y esta paz le sabían a gloria bendita. Vegetación de todos los colores imaginables, aves trinando en absoluta libertad, el rumor del mar como sintonía de fondo… Sin horarios abultados, sin contaminación, sin huelgas de transportes, sin broncas… Simplemente sol y playa: las vacaciones perfectas en el paraíso; el sueño que desea ser soñado por cualquier mortal.

Tras el baño se recostó exhausto en la orilla permitiendo que las pequeñas olas, que llegaban ya rotas, le mimaran y se detuvieran a jugar con su cuerpo. Caricias de agua y arena blanca recorriendo y lamiendo todos sus rincones, tan dulces, que quedaba extasiado, rendido y en paz.

Allí, recostado, con los brazos en cruz y los ojos cerrados, percibió, una vez más, esa angustia recurrente afanada en asfixiarle. En ese momento la aviesa realidad se imponía triunfadora para adueñarse de su mente, a puñetazo limpio, y con ella volvían los recuerdos abriéndose paso en tropel, sin orden, avasallando y demoliendo cualquier vestigio de ilusoria felicidad… El accidente, las víctimas, el olor del fuselaje prendiendo, el dolor y el miedo caminando de la mano, las secuelas y los dos años en la más absoluta y corrosiva soledad…

Se incorporó y comenzó a correr por la orilla salpicándose de arenas y salitres y gritando como un loco perro herido…

“¡Socoooooorro!.. ¿Es que nadie va a venir a rescatarme?..”
 











05 noviembre 2013

El hurto





Cortázar era un maestro y un referente para todos los que amamos el mundo de la literatura. Lo que he descubierto hace muy poco tiempo es que inventó un lenguaje que denominó  glíglico. En Rayuela dejó muestra de su buen hacer. A modo de ejemplo, dejo estas insinuantes palabras:

 "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes..."



¿A qué viene todo este rollo?...  Es la presentación de mi cuentecillo cuyo tema mensual es inventar una palabra. El anfitrión, como en tantas otras ocasiones, es el blog ENTC.

Lo he titulado "El hurto" y comienza así:

"Adela, que ya había cumplido los muytantos, advirtió el paso del bempo el día en que los calcañiles dejaron de lanzarle mororcios. Que si “vaya bumba”… ¡Buen morlazo!.. ¡Te comía tuku!.."

No te pierdas la continuación y sigue leyendo AQUÍ. 


O, si  prefieres no darte el paseo, te lo dejo completo:


<<Adela, que ya había cumplido los muytantos, advirtió el paso del bempo el día en que los calcañiles dejaron de lanzarle mororcios. Que si “vaya bumba”… ¡Buen morlazo!.. ¡Te comía tuku!.. No obstante, y porque se gustaba, cada mañana salía de cámsasa echa un dincel. Candamiazos y bolso a juego. Aguardaba el verde en un lumicátoro, cuando notó unos búcalos clavados en su sfarlote… Sintió calor. ¿Quién la estaba lamicandro así?..

Redegruñó entre los rostros y reparó en unos ondillosos búcalos verdes cuajados de pestañas. El dueño, un truscañero de cuerpo impresionante, que no le quitaba la lamicandria de encima.

Cuando el lumicátoro le permitió el paso recorrió chaschadamente el espacio que les separaba, con el guasguás de caderas de la que se sabe apetezada. ¡Guau!, estaban a menos de un misbisi… Un leve rorcio intencionado de él, trompiconado por el bolso de ella… Visbís de miradas… Estremecida quedó Adela y con un “calcusón del trece” cuando el adonis, ese Apolo del lumicátoro rojo, le lanzó un sensual sishimi con los labios. ¡Qué hombre, Yak’a!, pensó.

A la hora de la manduyada, recordó esa sutil pretonción de su cuerpo con el de búcalos verdes cuando fisgigó en falta su cartera...>>




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